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El Rincón

Literatura

Lo absurdo de la vida contemporánea

 

DAVID FOSTER WALLACE

HABLEMOS DE LANGOSTAS

Mondadori

423 páginas

21 €

 

Dos años ha tardado la editorial Mondadori a publicar en España Hablemos de langostas, la nueva colección de ensayos, artículos y reportajes de David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962). Una espera angustiosa para los -cada vez más- adictos a su obra que ha ido ganándose en nuestro país. Y es que a un personaje de la talla de Wallace -unos de los escritores más vanguardistas de la narrativa actual y presunto heredero de Thomas Pynchon, recordad su inmensa La broma infinita- debería tomársele más en serio por estos lares.

 

Con la misma fórmula de literatura + realidad, que tan buen resultado le dio en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer, DFW lo ha vuelto a conseguir. Su nueva obra contiene todos los ingredientes necesarios que  gustan a su público: un estilo personalísimo con obsesión por el detalle más nimio, una visión de lo más ácida del mundo y un sentido del humor que no deja títere con cabeza.

 

En ASDQNVAH, Wallace se embarcaba en un crucero de lujo para escribir un reportaje sobre los nuevos medios de ocio programado. El resultado le producía una felicidad tan insulsa que acababa atacando las nuevas formas de divertirse de las masas contemporáneas. En otro ensayo viajaba a la Feria Estatal de Illinois, donde dejaba al descubierto la glotonería y decadencia de la América más  profunda.

 

 

Hablemos de langostas no se queda atrás y sus artículos vuelven a ser disparatados a más no poder. A su vez, van diseminados por las revistas americanas más influyentes: Premiere, Rolling Stone, Harper's, Gourmet... La multivariedad está asegurada.

 

Porque si hay algo que le distingue de los demás autores, es el conocimiento a fondo de la temática más inverosímil para demostrarnos lo absurdo de la vida contemporánea. Wallace puede hacer prácticamente cualquier cosa que se proponga; se puede poner triste, gracioso, rompedor, todo ello con la misma facilidad; puede incluso hacerlo a la vez.

 

El delirio comienza con Hablemos de langostas, pieza que comparte título con la obra. La revista Gourmet encarga a DFW un reportaje sobre una feria especializada en langostas. Lo que prometía ser un viaje de placer, se convierte en un debate cuando realiza un planteamiento ético de lo que sufren estos "insectos gigantes de mar", que son cocidos vivos para nuestro deleite palatal.

 

La revista señera para adultos, AVN, también utiliza los servicios de nuestro autor para Gran hijo rojo. Nos sumergimos en el mundo del porno con una convención que se celebra todos los años en los Estados Unidos. DFW vive un lisérgico fin de semana en el que conoce a directores ególatras de cine X; nos descubre un teléfono de la esperanza exclusivo para actrices porno depresivas; asiste a ceremonias que oscilan entre el glamour y la horteridad más absoluta; y sufre encuentros con actores de la industria en los lavabos de un casino de Las Vegas. Su perspectiva siempre es innovadora, y sus observaciones, finas, inteligentes y llenas de humor.

 

En Arriba, Simba, la pieza más interesante para mi gusto, acompañamos durante una semana electoral al senador John McCain, candidato republicano a la presidencia americana y rival de Bush en las preliminares de 2000. Descubrimos los entresijos de una campaña, el candor y el cinismo de los jóvenes votantes, la rivalidad y atropellos de los periodistas. Al final, tanto show mediático acaba confundiendo al autor, al que le cuesta distinguir entre el montaje y la cara humana de John McCain.

 

La vista desde la casa de la señora Thompson ofrece otra perspectiva de los atentados del 11-S; cuenta de manera emotiva cómo siguió Wallace aquel día fatídico, las reacciones que se sucedieron a pie de calle. Y no escatima en lanzar dardos contra la espectacularización que ofrecieron los informativos norteamericanos aquel día, recreándose en el choque de los aviones como si de una película hollywodiense se tratara.

 

Wallace nos descubre en Ciertamente el final de alguna cosa, o por lo menos eso es lo que a uno le da por pensar su faceta de gran reseñista, no como innovador, sino por el gran sentido común que utiliza. Realiza una diatriba feroz que baja los humos a los pesos pesados más ególatras de la literatura americana reciente: John Updike, Philiph Roth y Norman Mailer, a quienes califica como los Grandes Narcisistas Masculinos. De hecho, John Updike le resulta un gilipollas y se lo dice a las claras.

 

La autoridad y el uso del inglés americano es una burla sobre la justificación autoritaria de cómo se deben utilizar las palabras; con Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka, de los cuales probablemente no he quitado bastante nos muestra al escritor checo, un personaje con un humor alejado de lo convencional. Wallace da una vuelta de tuerca a todo academicismo escrito sobre el autor de La metamorfosis.

 

Si algo se le puede achacar a DFW, es su miedo a la contención, su gusto por  las digresiones -el artículo sobre el uso del inglés americano se hace interminable con sus casi cien páginas, en las que mezcla política, ética y lingüística-, y sus desvaríos laberínticos. Aunque, hay que reconocérselo, las notas de humor esparcidas por el libro son tan brillantes que salvan la papeleta. Su vanguardismo formal no es siempre efectivo; a veces, incluso, resulta confuso, como en las notas, recuadros y direcciones de lectura en Presentador, pieza que recomiendo leer habiendo ingerido antes biodramina, por el mareo que puede llegar  a provocar.

 

Pese a todo, DFW sale victorioso con Hablemos de langostas y se reconcilia con sus lectores, al menos con los que siguen su no ficción. Los que siguen sus novelas tendrán que esperar a una nueva obra, o se darán con un canto en los dientes si a Mondadori le da por cumplir la promesa que hizo: traducir al castellano The Broom of the System (1987), su primera novela, para que podamos volver a recrearnos con su ingenio infinito.

ENTREVISTA CON ISMAEL GRASA:

"Buena parte del debate literario actual nace de los blogs"

 

Ismael Grasa (Huesca, 1968) es un hombre sencillo, tranquilo y de buena conversación. Entre otras, es autor de las novelas De Madrid al cielo (premio Tigre Juan) y Días en China. Estuvimos con él en la emblemática cafetería San Siro, en pleno corazón de Zaragoza. Allí habló con Ít@c@ de sus andanzas como profesor de español en China, de su trayectoria literaria,  de las esperanzas que alberga en las nuevas tecnologías -su editorial acaba de ponerle un blog- y de su libro de relatos Trescientos días de sol, recientemente publicado en Xordica.

 

INICIOS

Empecemos por el principio, ¿qué le llevó a escribir?

Pasan los años y uno no tiene una respuesta para eso. Supongo que leer, y el deseo de hacer algo parecido. Es verdad que uno empieza a escribir porque conoce a escritores. Empezar a escribir no es fácil, y yo compartí pisos con amigos escritores que me animaron a escribir.La literatura tiene algo de contagioso. Lleva fama de ser solitaria, y es necesaria cierta dosis de soledad, pero la realidad es que tiene bastante que ver con el hecho de relacionarse con otras personas que leen y escriben.Como muchos, yo empecé con concursos. Después mandé una novela a una editorial, salió publicada y ya no volví a presentarme a ningún concurso.Y de pronto uno es escritor. Duermes y a la mañana siguiente eres escritor, hagas lo que hagas.

¿Qué personas le influyeron en esos comienzos?

No son personas especialmente importantes. Algunas trabajan como guionistas, pero no son muy conocidas.

Su primera novela salió en Anagrama...

Sí. Muchas veces, cuando imparto talleres literarios, los aspirantes a escritor piensan que existe un secreto para publicar, o que debes conocer a alguien. En mi caso, lo único que hice fue enviar la novela a la editorial en la que quería publicar.Quizá también era un tiempo, hablo de comienzos de los noventa, en que el mercado español estaba abierto a jóvenes novelistas. Pero en todo caso, en este momento hay una red suficiente de editoriales para que un buen manuscrito, si realmente es bueno, encuentre cauce. Un texto interesante siempre encuentra su lugar en el mercado.

¿Son recomendables los talleres literarios en la forja de un escritor?

Al principio era un poco reacio a los talleres. Pensaba que la escritura no puede aprenderse en un aula. Sin embargo, conforme pasa el tiempo cada vez me parecen más útiles.El hecho de escribir algo y leerlo en voz alta delante de los demás da conciencia de lo que realmente es el texto literario. Se quiera o no, una vez escrito pasa al dominio público y deja de pertenecerle al autor.Cuando otros leen tu trabajo en voz alta, surgen momentos muy iluminadores para la gente que escribe.

 

DÍAS EN CHINA

Usted estudió Filosofía y Letras. ¿Existe algún movimiento o autor filosófico que le atraiga especialmente?

Me gusta leer ensayos, si bien es verdad que no me atrae la filosofía en un plano académico. Durante una época sentí cierto rechazo hacia el texto filosófico. Me parecía que estaba lleno de una jerga oscura: oscura no porque el texto dijese cosas profundas, sino porque el texto era sencillamente oscuro. En ese sentido, un filósofo era un escritor malo. Todas las cosas se pueden decir con un lenguaje asequible. No hay ideas tan profundas que uno necesite leerlas tres veces para entenderlas: eso significa que están mal expresadas.A mí me interesa el pensamiento cercano al periodismo, al lector. Una democracia se caracteriza por el debate público y en ese sentido están los artículos de fondo de los periódicos, los libros de ensayo; pero no como una disciplina pactada de la realidad, sino como un modo de debatir ideas.

En su novela Días en China menciona a Ortega y Gasset, al que califica de "divulgador"...

Hoy me siento más próximo a Josep Pla o Julio Camba, por hablar de contemporáneos. Pero hay que reconocer que Ortega es el único pensador que estaba en el debate intelectual europeo. Desde Gracián no hemos tenido un autor que se estudie en las universidades alemanas. Pero no es autor que me guste especialmente.

¿Cómo acabó dando español en China?

Igual que comencé a escribir. Compartí piso con extranjeros a los que enseñaba español. Una de esas personas era un chino que vivía de las clases de taichi. Yo había acabado la carrera, trabajaba de camarero... Iba un poco a la deriva, como muchos escritores en sus inicios. Y esta persona me ofreció dar clases en China. Así de azaroso y casi absurdo.

¿Cuánto hay de verdad en Días en China?

Es una novela. Una novela a partir de experiencias vividas. Podría haber hecho un diario, unas crónicas de mi viaje. Pero lo tengo claro: es ficción. Creo que no hay confusión.Me sirve muy bien para expresar las cosas más despiadadas; mejor que el relato directo, porque en él interviene la prudencia y hay cosas que no se dicen.

Usted intervino en la película Obra maestra, ¿ha pensado escribir un guión cinematográfico?

Hice un master en la Universidad Autónoma de guión cinematográfico cuando no existía la escuela de cine. Pero no me sentí cómodo. Sentía envidia del escritor que no tiene que rendir cuentas a nadie.

 

BLOGS

Acaba de introducirse en el mundo del blog, ¿cómo le va?

Dedico parte del día a leer blogs. Buena parte del debate literario, de las fuentes de ideas de discusión nacen de los blogs. Cada día me interesan más.En principio como lector, pues no pensaba crear un blog. Ahora me han abierto una página de promoción del libro de relatos. Y lo hago un poco como agradecimiento.Nunca había guardado nada de lo que publicado sobre mí, quizá por falsa modestia, hasta que me dieron esta página donde sí que aprovecho a colgar mis artículos y reseñas.

También tiene una página personal...

Sí. No se puede llamar blog, porque un blog es algo más vivo. En ella cuelgo los artículos que escribo en la edición oscense del Heraldo.Esta página la abrí para mis amigos. Suelo mandarles mis textos por correo electrónico, pero siempre te olvidas de alguno; y así todos pueden leerlos. En principio era un blog "secreto", pero algunos amigos lo han enlazado y eso te crea presión; porque ahora te lee más gente y debes esforzarte más.Pero yo no lo llamaría blog. No tengo intención de ampliar sus contenidos, Además, los blogs pueden ser algo vampíricos. Empiezas a meter cosas y a estar más pendiente de los comentarios...

¿Lee usted blogs?

La idea de los blogs me parece el colmo de la democracia y la sociedad civil. Leo muchos blogs y tengo varias "rutas": una me lleva media hora, otra dos... Paso más tiempo leyendo blogs que revistas, por ejemplo.Suelo usar de puerta el de Mariano Gistaín; desde allí leo periódicos digitales, el blog de Arcadi Espada, etc. Luego voy al de Antón Castro, que tiene muchos enlaces y ya miro los blogs de amigos.

 

TRESCIENTOS DÍAS DE SOL

Las críticas de su libro Trescientos días de sol han sido muy buenas, ¿qué tal van las ventas?

Es pronto para saberlo. Pero por la repercusión que ha tenido, creo no va mal.

Escribió parte del libro en la Ledig House International Writers Residency...

Es una fundación de Nueva York que ofrece becas en una residencia para escritores. Estuve allí cuatro semanas, y resultó una buena experiencia. De hecho, el primer libro del relato está situado en esa zona, cerca del río Hudson. El resto de los relatos fueron escritos en diferentes momentos, alguno salió publicado en revistas...Todos tiene un punto en común, al principio no previsto: la posibilidad del delito. Sus personajes están dentro de la ley pero podrían no estarlo. Es decir, ¿estamos en la línea del bien por inercia o cuál es la razón? Luego me he dado cuenta de que en el libro hay más bodas que delitos, así que igual pertenece al género rosa...

De hecho, usted dijo en una presentación que puede tener varias lecturas: gótica, rosa y social. ¿Cuál es la que más se acerca a su idea original?

Mariano Gistain decía que de lo que trata en realidad es de la eventualidad de los contratos laborales y de la vida contemporánea, aspecto que yo no había pensado. En realidad, ese carácter de denuncia social del libro es, quizá, lo que más sobresale. Es innegable que la obra habla de una sociedad en que vivimos en la que todo es provisional, no hay nada para toda la vida. Esto puede crear cierta angustia y la sensación de ir a la deriva, como los personajes que deambulan por mis relatos: seres que no pierden nunca la esperanza y que están a la espera de que algo suceda, aun a sabiendas de que no va a suceder. Esperan un momento de iluminación que no llega nunca. Pese a los infortunios, en ningún momento se comportan como resentidos.

Se escuchan muchos ecos de John Cheever, Raymond Carver y del realismo sucio...

Sí, y también de Saul Bellow. Mis referentes son esos. No me gusta mucho la expresión "realismo sucio", pero sí que mis relatos parten de lo cotidiano, que es el ámbito donde más cómodo me siento. Siempre he tendido más a la observación que a la fantasía. Las cosas que escribo están fijadas a lugares muy identificables. En De Madrid al cielo se pueden seguir en un callejero todas las acciones que transcurren. Siempre pienso en escenarios muy concretos, pues es donde más me defiendo y me inspiro.

¿De dónde sacó la anécdota del afilador de cuchillos que atraca a sus víctimas con las armas que éstos le ofrecen?

Es un hecho real. Me visitó un chaval que afilaba cuchillos. Yo no sé si por el adormecimiento (el timbre me había despertado de la siesta), o porque realmente tenía un cuchillo que afilar, se lo di, y me pasó lo que describo en el libro. Cuando me lo devolvió, me pidió una cantidad desorbitada de dinero a cambio. Era un atraco en toda regla. Pero si yo le hubiese querido denunciar, él podría haber alegado que me estaba devolviendo el cuchillo. Al final pude llegar a un acuerdo amistoso por menos dinero.

¿Tiene alergia a cualquier tipo de estilismo recargado?

Me interesa ser cada vez más llano. Cuando uno empieza a escribir suele tener al lado un diccionario para buscar alguna palabra de lucimiento. Eso, en realidad, es inseguridad. Para mí, cuanto más limpia sea la página, mejor. Me interesa contar la vida, los sentimientos, y si soy capaz de hacerlo con un lenguaje llano, pues mejor que con un lenguaje complejo. Recargar mucho la prosa puede impedir ir a lo esencial. Samuel Beckett se pasó al francés para limpiarse del barroquismo de James Joyce y decía: "Escribo en francés porque es una lengua que no domino del todo y así me empobrezco". No hay prosa deluxe, sino prosa de verdad o de mentira.

Ha probado suerte en distintos géneros literarios: novela, libros de viajes, poesía y relatos, ¿en cuál de ellos se siente más cómodo?

El género de relatos cortos me atrae especialmente. No tengo la sensación de que añadiendo cien páginas a alguno de estos relatos vaya a darle más calidad. A veces, cuando leo a Natalia Ginzburg y Chéjov, pienso que no se puede hacer mejor, y eso me motiva.

 

HOY Y MAÑANA

¿Sigue un método de escritura?

Para escribir, lo único que tengo que hacer es dejar de hacer otras cosas. Si es algo por encargo, el mejor método es que te paguen y te pongan un plazo; si es una obra que la haces porque realmente te apetece y nadie te presiona, pues tanto mejor. El tiempo para escribir es algo que uno roba de otras actividades. Hay mucha gente que tiene un libro en la cabeza y se muere sin haberlo escrito nunca.

¿Qué opina de la actualidad literaria española?

En este momento es imposible estar al día de todo, tenemos muchas corrientes y mucha variedad. Quizá hubo un tiempo en España en el que uno podía estar al día, aunque creo que es más positiva esta dispersión. La verdad es que solamente con leer a los amigos se me pasa la vida.

Así que se mueve mejor en el círculo de escritores aragoneses: Félix Romeo, Daniel Gascón, Miguel Mena...

Son personas con las que tengo amistad. El panorama aragonés está en un buen momento, sobre todo la poesía. En el futuro habrá historias nuevas porque contaremos con una sociedad más cosmopolita. Los institutos, en la actualidad, tienen alumnos procedentes de distintos países y la futura generación de escritores se nutrirá, indudablemente, de ellos.

¿Se puede vivir de la literatura?

Ese es otro tema..Normalmente los escritores suelen vivir de cosas de la periferia de la literatura, como artículos, suplementos literarios, etc.

Ha pasado de una editorial como Anagrama, a otra que se mueve en ámbitos más regionales, como es Xordica. ¿A que se debió el cambio?

Las editoriales grandes normalmente quieren novelas, de ahí que Trescientos días de sol haya salido en Xordica. Es una editorial competente, sus libros están bien editados y en el catálogo hay personas con las que tengo gran amistad, al igual que con su director. El libro tendrá la vida que tenga que tener, no creo que sacarla en una editorial con mayor distribución mejore un libro. Sigo teniendo muy buena relación con Anagrama.

 ¿Próximos proyectos?

Siempre hay algo. Aunque la verdad, no tengo nada comprometido ni acabado por el momento. Me gusta que cada libro que hago sea algo que yo no haya leído antes, distinto a los anteriores, y creo que las cosas en las que estoy embarcado ahora son bastante diferentes.

 

(Realizada en colaboración con Raúl Gay. Podéis encontrar una reseña de Trescientos días al sol, escrita por Vicente Luis Mora, en La tormenta en un vaso).

 

Mundo maravilloso

Autor: Javier Calvo

Editorial: Mondadori

Páginas: 550

El pasado día 27 de marzo en la Fnac de Zaragoza tuvo lugar la presentación de la novela Mundo Maravilloso de Javier Calvo (Barcelona, 1973). Pese al poco público asistente, la cita fue dirigida de manera brillante por el escritor aragonés Felix Romeo que catalogó a la obra de enciclopédica por sus distintas tramas llenas de referentes pop. Romeo mantuvo una amena charla con el barcelonés en la que discutieron aspectos sobre sus influencias y acerca del humor negro, congela sonrisas, que impregna algunos de sus pasajes. 

La presentación terminó con el autor leyendo, entre carcajadas de los asistentes, el esperpéntico capítulo en que la estrella porno Iris Gonzalvo, angustiada por problemas psicoemocionales, se da un atracón de cocaína para aguantar de un tirón la séptima temporada de Friends en DVD. Al mismo tiempo, se hace cábalas con que heroínas de la serie tendría más feeling y con quien del reparto disfrutaría más en una noche de sexo.

Javier Calvo, Xavi para los amigos, pertenece al grupo de jóvenes escritores denominados  pop por la crítica; una corriente que entronca con la modernidad actual, hace caso omiso de los cánones académicos literarios y nos acerca, sin pudor, a la rica cultura de masas. Junto al barcelonés, dos célebres representantes de esta generación serían Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) y Kiko Amat (Sant Boi, 1971).En sus obras apenas hay jerarquías culturales, son capaces de intercalar en un mismo párrafo a Scooby Doo con Mozart y son autores cuyas raíces absorben del cine, la música, los videojuegos, la publicidad y el cómic.

Aparte de Mundo Maravilloso, Xavi ha escrito libros de relatos como Risas enlatadas (2001) y Los ríos perdidos de Londres (2005), y otra novela con la que saltó a la palestra, El dios reflectante (2003). En todas ellas, el niño mimado de la editorial Mondadori se aleja de la literatura española al uso y toma como principal modelo a la novela anglosajona contemporánea. Quizá, algo de culpa debe tener que sea el traductor de voces tan importantes de la narrativa actual como Coetzee, George Saunders y Chuck Palahniuk.

 Actualmente, acaba de terminar la traducción de una nueva antología de ensayos de David Foster Wallace, Consider  the lobster (2005), que se publicará en España en breve.

 

 

 

Las desventuras del irónico Mundo Maravilloso se suceden en una Barcelona muy distinta a las de Montalbán, Mendoza y Zafón. Una Barcelona made in Javier Calvo: entre gótica, onírica, hamposa y chiflada.

Aunque sea una novela menos arriesgada que El dios reflectante y huya de la marginalidad de autor joven, contiene personajes on the edge, es decir, en el límite de todo lo imaginable. Si en su opera prima, Calvo nos hacía partícipes de la existencia de una Clínica para Desórdenes Mentales No Clasificados, no desmerecería retomar aquí la idea, ya que mucha de la variopinta fauna que deambula por la obra merecería estar ahí internada sine die:

Un anticuario adinerado con fobia a acercarse a las ventanas, una niña solitaria primera experta europea en la novela de Stephen King, un mafioso que gusta de ponerse trajes sospechosamente femeninos, o el logrado personaje del matón Anibal Manta, trasunto de La Cosa, personaje central dentro de los tebeos de la Marvel. Pero quién no conoce personajes extraños en esta vida, o más fácil, quien no ha hecho cosas extrañas alguna vez.

La novela trata sobre Lorenzo Giraut,  heredero de un importante anticuario barcelonés,  que quiere saber a toda costa lo que sucedió con su padre en una transacción de obras de arte que acabó en catástrofe, allá en los años 70.

Para descubrirlo, contrata, con segundas intenciones, a un grupo de mafiosos para organizar el robo de un cuadro apocalíptico, la misma obra que causó problemas a su padre en aquella época. El jefe de esa banda es Bocanegra; relacionado con el asunto turbio desde antaño, pues formaba parte del trío que anteriormente cortaba el bacalao en cuanto a transacciones de arte sospechosas. 

La historia se enreda cuando aparece el tercer hombre, Koldo Cruz, pero ahora en una facción rival y con sed de venganza.Otro de los escollos de Giraut, en su búsqueda por la verdad, será su madre, un personaje incapaz de mostrar emoción alguna debido a las múltiples operaciones de cirugía estética que lleva en el rostro, la cual intentará demostrar por todos los medios que su hijo es un incapacitado patológico para liderar la empresa de su padre.

Todo ello bien servido de escenas algo pulp, como las llevadas a cabo por un personaje al que llaman Pato Donald que parece sacado de una película de Tarantino.La abundancia de referencias populares se hace patente: música y nombres adoptados del grupo Pink Floyd; las partes intercaladas de la nueva novela de Stephen King -Xavi asegura que escribió una novela entera con el estilo del de Maine-, barrios dormitorios clónicos con familias disfuncionales... todo ello forma parte de este cóctel victoriano, en el que no todo es postmodernidad ya que, como indica Xavi, la obra tiene una estructura muy clásica que sigue patrones ilustres como Charles Dickens, Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle.

Si se le puede achacar algún defecto es que la historia se convierta en demasiado larga, Xavi la estira sin mucha necesidad de ser (550 páginas), y repite muchos sintagmas que acaban cansando en su afán de ser originales. Las conversaciones entre personajes son tan tremendas que resultan, en muchos casos, inverosímiles; además, se pueden considerar más monólogos que diálogos, porque cuando un personaje habla, el otro que está en escena se limita a escuchar o a realizar otra acción.

En resumen, una obra moldeada por los cánones temáticos anglosajones de vanguardia que se aleja de la literatura tradicional destilada en este país.

Os enlazo un relato de Javier Calvo publicado en el Barcelona Review que trata sobre la vida oculta de Los Simpsons, en especial de Ned Flanders.

Brett Easton Ellis, una pluma afilada


 

En el último siglo, el mundo de la literatura ha estado tan plagado de escritores que han hablado de sexo, drogas y violencia, que apenas encuentran reacción en el lector moderno. Sin embargo, la prosa de Brett Easton Ellis, cuajada de estos ingredientes y demás extravagancias, si que agita las conciencias los lectores actuales, y de qué manera; obra tras obra, Ellis se sigue erigiendo como el rey de la controversia y la transgresión.

 

Nacido en Los Angeles (1964) en el seno de una familia norteamericana de clase alta. Aunque acostumbrado al lujo desde los pañales, su infancia no fue en absoluto un lecho de rosas. Sufrió las desavenencias de un padre alcohólico y castrante, con el que nunca tuvo una buena relación. Los menosprecios fueron mutuos a lo largo de toda su vida. A pesar de ello, recibió una educación elitista que marcó de por vida la temática de sus novelas.

 

Su primera obra, Menos que cero,  la escribió a principios de los ochenta -eran sus primeros años de carrera de Filosofía y Letras- en la prestigiosa Bennington College de Vermont.  La novela, un cuento de jóvenes ricos que no demuestran afecto por nada y se destrozan unos a otros en una sociedad sin valores, impactó a los críticos sobremanera; muchos le bautizaron como el nuevo Hemingway, aupándole al estrellato, y proclamándole padrino de una nueva generación de escritores jóvenes nihilistas, entre ellos Jay McInerney y Tama Janowitz. Había nacido la Generación X literaria.

 

 

Encumbrado por un éxito tan temprano, Ellis se pierde entre noches de cocaína y juerga sin fin, en las altas esferas de la sociedad yuppie ochentera.  Es entonces cuando escribe las obras menores de su carrera. Una de ellas, Las reglas del juego,  sería llevada de manera magistral al cine por Roger Avery una década más tarde; la otra, serían unos relatos cortos,  Los confidentes, sobre jóvenes desorientados con mucho dinero, completamente amorales y superficiales. En varias de estas historias cortas aparecía la figura de un padre con la que los jóvenes no lograban comunicarse.

 

Sin embargo, la novela que le llevó al éxito, al mismo tiempo que a ser odiado hasta el punto de recibir amenazas de muerte, fue American Psycho (1991). En ella describe las vivencias de un ejecutivo de éxito; el Sueño Americano hecho carne, que, de la noche, a la mañana se convierte en asesino en serie. La novela narra con un grafismo explícito todo tipo de torturas y violaciones que realiza su protagonista, Patrick Bateman. Las críticas por parte de colectivos feministas y homosexuales, y no la que cabría esperar desde el sector considerado convencionalmente como puritano, fue lo que le dio gran fama de transgresor. Grupos feministas radicales la definieron "como una guía para descuartizar mujeres".

 

En su defensa, Ellis alegó que él, en el fondo, es un satirista con fines morales, y que su obra le sirvió para salir de una gran depresión motivada por los excesos que le había ocasionado la fama. La creación de esta novela, maldita para muchos, le ayudó a luchar contra los fantasmas de su agitado mundo interno.

 

La crítica literaria también le repartió lo suyo, y todos esos ataques sirvieron para que el autor se refugiara en sí mismo, huyera de la notoriedad y se negara a conceder entrevistas.

 

Parece ser que esta ira furibunda le afectó, pues los intervalos en la publicación de sus obras se fueron haciendo cada vez más largos. Siete años tardaría en sacar al mercado Glamourama, obra en la que  mezcló el mundo de la fama, las pasarelas y el terrorismo; más violencia, más drogas y más sexo. Los mismos ingredientes que en todas sus obras, sólo que esta vez ambientados en la haute couture. La crítica volvió a relegarle a un segundo plano; una prosa fría y escabrosa serían sus principales acusaciones.

 

 En 2005, Ellis sorprendió  a críticos y lectores con Lunar Park, publicada en España en 2006 por la editorial Mondadori. Su última obra es una falsa autobiografía en la que se describe como un personaje odioso lleno de excesos. Toma la imagen que de él tienen sus detractores y la introduce en el libro; vive en un barrio residencial con su familia; se le aparece Patrick Bateman, el psicópata de su creación, y todo comienza a tornarse pesadillesco. La obra va aderezada con todos los ingredientes ya mencionados, pero esta vez, se desprende un cierto sentimentalismo hacia la figura de su padre, como si quisiera reconciliarse  con él aunque haya muerto. Una novela exitosa en toda regla que ha demostrado que Ellis, pese a todo, sigue con la pluma bien afilada.

 

 

El boicot contra su obra surtió efecto, a medias

 

En 1991, la editorial Simon & Schuster no soportó las protestas contra American Psycho y rompió su contrato con él justo antes de su publicación. 

El rechazo de la obra no se produjo por los acostumbrados grupos moralistas religiosos siempre al acecho e ignorados por su previsible repetición. Fueron los grupos feministas norteamericanos los que tomaron el relevo por considerarla un manual para asesinar y mutilar mujeres. La novela levantó una polvareda parecida a los Versos Satánicos de Salman Rushdie, aunque ambas siguieran una temática diametralmente opuesta.

 

Ellis tuvo que buscarse una nueva editorial, Random House, aunque los sabotajes continuaron manchando de sangre los ejemplares en las librerías y dejando mensajes amenazantes en los contestadores del escritor y de sus allegados. Para agravar las cosas alguien sugirió que el detallismo de los asesinatos narrados solamente podía acceder de un diario real, algo con lo que Ellis jugó declarando que era la más autobiográfica de sus novelas.  No hay que decir que la promoción del libro le salió gratuita.

 

ENTREVISTA A DANIEL GASCÓN

"La literatura me ayuda a entender las razones de los demás"




Daniel Gascón (Zaragoza, 1981)  es un joven escritor
 con inquietudes en el ámbito de la traducción y del guión cinematográfico. Curtido desde muy pequeño en el mundo de la literatura –su padre es un reconocido escritor-, acaba de ser publicado su segundo libro de relatos, Fumador Pasivo (Xordica, 2006). En los cuentos de dicha obra  explora las relaciones de amor que se viven en la adolescencia, ambientados generalmente, en facultades universitarias, y relatados con gran naturalidad y soltura. Son narraciones llenas de experiencias propias ficcionalizadas. Entre sus proyectos inmediatos destacan la realización de su primera novela; la traducción del inglés de una biografía de Antón Chéjov, y un guión de la mano de Jonás Trueba.

 

¿Cómo lleva lo de ser hijo de escritor?,

 

En mi familia se respiraba literatura por todas partes y, quieras o no, eso condiciona a la hora de formarse. Mi relación con las letras se convirtió en  algo normal; algo a lo que uno recurría en sus horas libres. Mi padre es a la vez mi primer crítico y consejero, tiene unos gustos muy abiertos, y en sus aproximaciones a mis textos no intenta corregir para que cambie mi estilo, sino que lo intenta a la manera de un crítico para que trate de mejorar el mío propio.

Cuéntenos como se desarrolla su vocación.

Empecé en mi adolescencia escribiendo novelas de aventuras muy largas, ambientadas en épocas indeterminadas que nunca terminaba. Más adelante tuve una época de cinefilia intensa. Finalmente me decanté por los relatos, porque eran un terreno mucho más personal con plenos derechos para hacer y deshacer. Los guiones de cine me encantaban, pero en ellos, uno no es tan libre, ya que en su elaboración participa mucha gente y la obra se va desapegando de uno mismo.

  ¿Cuál fue el detonante para que con tan sólo 20 años se publicara su primer libro de relatos, La edad del pavo (Xordica, 2001)?

Mis obras se basan en experiencias vitales; en su hilo argumental intercalo personas que yo conozco y  a las que doy voz. La necesidad de contar historias sobre cosas que he vivido me impulsa a  hablar de la adolescencia. Sus vivencias y sus vaivenes son tan caprichosos que hacen que me motiven a convertirlo en eje central de mis relatos. Podemos decir que la literatura me ayuda a entender las razones de los demás.

 

A la hora de publicar su primera obra, ¿tuvo muchas dificultades?

 

Conocía el ambiente literario, y le mandé el manuscrito de “La edad del pavo” a Chusé Raúl Usón, fundador y propietario de la editorial Xordica. Le gustó y me lo publicó. A raíz de eso, con mi segunda obra tuve más facilidad. No se puede hablar de favoritismo, ya que Xordica es una editorial con mucho criterio, y nunca les ha temblado la mano a la hora de rechazar obras de escritores mucho más consagrados.

 

¿Nunca pensó en acudir a una editorial nacional?

 Es un proceso mucho menos rápido y más complicado. Además, tampoco influye para que la obra tenga  más eco y más lectores. Me muevo en un ámbito que se basa en el boca a boca. 

Obras que le han marcado a la hora de escribir. 

En mi primera etapa comencé con Rudyard Kypling,  R. L. Stevenson, G. G. Márquez; de este último no entendía nada en aquella época  pero me fue enganchando con el tiempo. El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, me marcó especialmente por el momento en que lo leí: me hallaba en mi pueblo en estado febril; también Coetzee, Philiph Roth, y, generalmente, obras de iniciación y de relaciones entre adolescentes. 

Háblenos de sus proyectos futuros. 

Estoy preparando con Jonás Trueba el guión para un largometraje, a la vez  que traduzco una biografía de Chejov  y, por último,  estoy comenzando mi primera novela. 

¿Podría adelantarnos algo de ella? 

En esta ocasión prefiero ser supersticioso y optaré por no hablar nada de mi novela.

¿Influye que usted sea traductor en su estilo literario?

 

Entender la sintaxis de las oraciones me ayuda a jugar con las construcciones. Siempre me han gustado los idioma, y no creo que me empobrezca el estilo o que cometa fallos en el orden de las palabras como les pasa a otros.

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Sus obras tienen poca retórica y ornato, ¿prefiere el lenguaje del cine o el de la novela?

Me quedo con la novela. En ella, uno toma todas las decisiones; en el guión cinematográfico, este aspecto  escapa de mi control al tener que participar más personas en su elaboración. Me encanta tener una buena voz narrativa; que se le pueda dar un tono, algo parecido a una canción.

 Autores que admires.

Saul Bellow, Martínez. de Pisón, Antón Chéjov,  Vladimir Nabokov…

 Para escribir, ¿se necesita talento o instrucción?

Con el talento se nace pero hay que alimentarlo a base de trabajo. Hay que tener cualidades pero, a su vez, hay que trabajar mucho para ir cogiendo maestría.

  ¿Qué público desea como lector?

No me dirijo solamente a un público adolescente por la temática de mis obras, sino que busco un público de cualquier espectro de edad con algo de capacidad reflexiva.

 ¿Cómo se aficionó al mundillo del cine?

Me encantó la película Los peores años del nuestra vida de David Trueba. Se lo comenté, y éste me invitó a ser figurante en la La buena vida. Ahí es donde conocí a Jonás Trueba, sobrino de David.

 ¿Qué opinión tiene sobre la traducción?

Un buen traductor es buen lector que se da cuenta de todo. A mucha gente le gusta criticar la traducción diciendo que si puede la evita, y se decanta por el texto original, pero la realidad es que si no existiera la traducción no existiría la cultura. El deber de un buen traductor es ajustarse lo máximo posible al texto original, tener fidelidad, y no embellecerlo nunca aunque uno sienta tentaciones. Aunque es la que pagan peor, admiro la traducción literaria.

.¿Se puede vivir de la literatura  decentemente en este país sin ser una gran estrella con mucho tirón en sus ventas?

 

En mi caso si que vivo de ella, pero además, como ya he resaltado, la completo con trabajos de traducción y también con guiones cinematográficos. Simplemente, hay que tomársela en serio. Para vivir holgadamente recomiendo hacer extras, como participar en suplementos literarios o en columnas periodísticas. Hay que ir metiendo la cabeza poco a poco en el ambiente literario e ir a presentaciones de libros.

 ¿Cómo se ve dentro de diez años?

Espero seguir viviendo de la escritura en una ciudad  de más de medio millón de habitantes. En las ciudades pequeñas la gente no goza de esa intimidad necesaria, incluso utiliza el coche en distancias cortas para no tener que saludarse. En una ciudad encuentras más intimidad, más oferta cultural. No descartaría vivir en una gran ciudad extranjera.

 ¿Cómo ve la escena literaria actual en Aragón?

Con gran optimismo. Actualmente, Aragón goza de buena salud literaria. Estamos en momento de muchos lectores, escritores, editoriales.... Un momento muy bueno, con autores reconocidos como Cristina Grande, Ismael Grasa, Felix Romeo...

 Si no hubiera sido escritor, ¿Qué le hubiera gustado ser?

¡Astronauta! No, es broma. Probablemente, si me hubiera seguido gustando la lectura, me hubiera dedicado a ser profesor de literatura.

 

 

Ponche de ácido lisérgico de TOM WOLFE (EDITORIAL ANAGRAMA, S.A. 2006)

Dicen que si uno recuerda los sesenta es porque no los vivió. Pero, afortunadamente, Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1931) estuvo ahí, libreta en mano, para relatar las aventuras y desventuras del revolucionador psicodélico Ken Kesey y su séquito de Alegres Bromistas.

Kesey fue uno de los personajes míticos del underground de la época; un beatnik que en 1960 ya había publicado una novela de culto, Alguien volo sobre el nido del cuco. Dicha obra reflejaba las experiencias de su época universitaria en las que se ofreció como voluntario para experimentos con drogas psicodélicas. Era la época en que los psiquiatras californianos ensayaban con las nuevas drogas para lograr resultados de euforia con sus tropas en la guerra de Vietnam.



Ken Kesey, 1967


En Ponche de ácido lisérgico asistimos a la conversión de Kesey, que pasa de ser un respetable escritor de éxito a transformarse en un entusiasta del LSD; un líder mesiánico de una cuadrilla de seguidores autodenominada los Alegres Bromistas, con la que compartía devoción por el sexo libre, las comunas y los alucinógenos.

 Somos testigos de sus vaivenes por los EEUU, de costa a costa, a bordo del famoso autobús escolar apodado Further (Más allá), decorado con pinturas fosforescentes que recreaban una atmósfera alucinógena, como si al famoso pintor flamenco El Bosco le hubiera dado por pintar graffitis.

Neal Cassady, el anfetamínico protagonista de la obra En el camino (1957) de Jack Kerouac, era siempre el encargado, a modo de guía turístico hasta arriba de speed, de su conducción por la tierra del Tío Sam. Dichas excursiones psicotrópicas acabarían convirtiendo al autobús en un símbolo de referencia del movimiento Hippy.

 

 “O se está dentro del autobús o se está fuera de él”, esa era una de las máximas de Kesey para señalar la importancia de esos viajes. Su principal misión era llamar  la atención de los ciudadanos en las grandes ciudades; se les quería hacer ver que había todo un mundo por descubrir; que la humanidad hacía un uso muy limitado de su actividad cerebral y que otro estilo de vida mucho más solidaria y feliz era posible

La ideología calará con fuerza en lugares emblemáticos como la prestigiosa universidad de Berkeley que hará que se extienda como la pólvora, se produzca un efecto bola de nieve y se agigante hasta convertirse en un fenómeno de masas. Algo que podríamos denominar como contracultura pop.


El Further, el autobús de los tripis

 “Todos nosotros tenemos gran parte de nuestra mente cerrada hacia el exterior. Estamos cerrados a nuestro propio mundo.  Y estas drogas parecen ser la llave de las puertas que nos cierran”, proclamaría Kesey.  

De este modo, sin abandonar nunca el tono de apertura mental, Wolfe describe con maestría las Pruebas de Ácido: grandes eventos de experimentación con las drogas lisérgicas donde se reunían  miles de jóvenes. Desde nuestra perspectiva actual, el fenómeno se puede considerar como un  preludio de lo que sería la cultura del éxtasis y las raves dos décadas después.

Todo un retrato de  una época en que el LSD todavía no había sido ilegalizado; una época en la que la juventud, animada por estas invitaciones expandidoras de la psique, comienza a darle a las drogas un uso  recreativo que tiene su punto álgido en el llamado Verano del Amor, evento realizado en el distrito Haight-Ashbury de San Francisco, donde miles de jóvenes, que compartían la filosofía de estar dentro del autobús, se desataban libremente en frenesí a merced de una experiencia social nueva.

A través de los diversos pasajes aprendemos quienes fueron los Grateful Dead, pioneros del Rock Psicodélico, anteriores a Janice Joplin Jefferson Airplane y los festivales Woodstock; describe el colocón que supuso la asistencia de los Bromistas a  un concierto de los Beatles en San Francisco; la  habilidad para acercarse a los temidos Ángeles del Infierno, grupo extremadamente violento con el que lograron empatizar…

Con esta obra, Wolfe escribió uno de los pilares básicos de lo que se denominó el Nuevo Periodismo; término que él mismo acuñó para resaltar la originalidad de este tipo de obras que mezclaban la precisión periodística y el lirismo novelesco. Género rompedor que se extendió a gran velocidad, y que también cultivaron ilustres como el periodista gonzo Hunter S. Thompson y Truman Capote.

Aparte de su originalidad, otro de los aspectos más importantes es que Wolfe se convierte con esta forma de narrar los hechos reales en el auténtico portavoz de la contracultura. “Fue para el movimiento hippy lo mismo que ‘Los Ejércitos de la noche’ (1967) de Norman Mailer lo sería para el movimiento protesta por la guerra de Vietnam”, señalaría C.D.B. Bryan, crítico literario del New York Times.

 El estilo de la obra es ágil y en ocasiones desmadejado con párrafos entrecortados llenos de puntos suspensivos, concuerda con el carácter en muchas ocasiones paranoico de los personajes que desfilan ante nuestros ojos. El trazado de su perfil es tan logrado, que consigue que nos sintamos como un personaje más del autobús testigo de todo lo que está sucediendo.

La recreación de la realidad subjetiva de los protagonistas es ocasionalmente interrumpida por la inclusión de un narrador en primera persona impersonal y objetivo en una curiosa mezcla. Esta infrecuente primera persona cambiante crea los fundamentos dinámicos entre el subjetivismo y el periodismo en esta novela, otro de los factores más interesantes que ofrece. La constante reincidiencia en la descripción de viajes lisérgicos acaba convirtiéndose en algo cansino dada la longitud de la obra, casi 450 páginas.

El autor acaba transformándose en un auténtico mediador entre la cultura del ácido y el mundo exterior de la misma forma que actúa como intermediario entre el periodismo y la literatura.