Ponche de ácido lisérgico de TOM WOLFE (EDITORIAL ANAGRAMA, S.A. 2006)
Dicen que si uno recuerda los sesenta es porque no los vivió. Pero, afortunadamente, Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1931) estuvo ahí, libreta en mano, para relatar las aventuras y desventuras del revolucionador psicodélico Ken Kesey y su séquito de Alegres Bromistas.
Kesey fue uno de los personajes míticos del underground de la época; un beatnik que en 1960 ya había publicado una novela de culto, Alguien volo sobre el nido del cuco. Dicha obra reflejaba las experiencias de su época universitaria en las que se ofreció como voluntario para experimentos con drogas psicodélicas. Era la época en que los psiquiatras californianos ensayaban con las nuevas drogas para lograr resultados de euforia con sus tropas en la guerra de Vietnam.
Ken Kesey, 1967
En Ponche de ácido lisérgico asistimos a la conversión de Kesey, que pasa de ser un respetable escritor de éxito a transformarse en un entusiasta del LSD; un líder mesiánico de una cuadrilla de seguidores autodenominada los Alegres Bromistas, con la que compartía devoción por el sexo libre, las comunas y los alucinógenos.
Somos testigos de sus vaivenes por los EEUU, de costa a costa, a bordo del famoso autobús escolar apodado Further (Más allá), decorado con pinturas fosforescentes que recreaban una atmósfera alucinógena, como si al famoso pintor flamenco El Bosco le hubiera dado por pintar graffitis.
Neal Cassady, el anfetamínico protagonista de la obra En el camino (1957) de Jack Kerouac, era siempre el encargado, a modo de guía turístico hasta arriba de speed, de su conducción por la tierra del Tío Sam. Dichas excursiones psicotrópicas acabarían convirtiendo al autobús en un símbolo de referencia del movimiento Hippy.
“O se está dentro del autobús o se está fuera de él”, esa era una de las máximas de Kesey para señalar la importancia de esos viajes. Su principal misión era llamar la atención de los ciudadanos en las grandes ciudades; se les quería hacer ver que había todo un mundo por descubrir; que la humanidad hacía un uso muy limitado de su actividad cerebral y que otro estilo de vida mucho más solidaria y feliz era posible
La ideología calará con fuerza en lugares emblemáticos como la prestigiosa universidad de Berkeley que hará que se extienda como la pólvora, se produzca un efecto bola de nieve y se agigante hasta convertirse en un fenómeno de masas. Algo que podríamos denominar como contracultura pop.
El Further, el autobús de los tripis
“Todos nosotros tenemos gran parte de nuestra mente cerrada hacia el exterior. Estamos cerrados a nuestro propio mundo. Y estas drogas parecen ser la llave de las puertas que nos cierran”, proclamaría Kesey.
De este modo, sin abandonar nunca el tono de apertura mental, Wolfe describe con maestría las Pruebas de Ácido: grandes eventos de experimentación con las drogas lisérgicas donde se reunían miles de jóvenes. Desde nuestra perspectiva actual, el fenómeno se puede considerar como un preludio de lo que sería la cultura del éxtasis y las raves dos décadas después.
Todo un retrato de una época en que el LSD todavía no había sido ilegalizado; una época en la que la juventud, animada por estas invitaciones expandidoras de la psique, comienza a darle a las drogas un uso recreativo que tiene su punto álgido en el llamado Verano del Amor, evento realizado en el distrito Haight-Ashbury de San Francisco, donde miles de jóvenes, que compartían la filosofía de estar dentro del autobús, se desataban libremente en frenesí a merced de una experiencia social nueva.
A través de los diversos pasajes aprendemos quienes fueron los Grateful Dead, pioneros del Rock Psicodélico, anteriores a Janice Joplin, Jefferson Airplane y los festivales Woodstock; describe el colocón que supuso la asistencia de los Bromistas a un concierto de los Beatles en San Francisco; la habilidad para acercarse a los temidos Ángeles del Infierno, grupo extremadamente violento con el que lograron empatizar…
Con esta obra, Wolfe escribió uno de los pilares básicos de lo que se denominó el Nuevo Periodismo; término que él mismo acuñó para resaltar la originalidad de este tipo de obras que mezclaban la precisión periodística y el lirismo novelesco. Género rompedor que se extendió a gran velocidad, y que también cultivaron ilustres como el periodista gonzo Hunter S. Thompson y Truman Capote.
Aparte de su originalidad, otro de los aspectos más importantes es que Wolfe se convierte con esta forma de narrar los hechos reales en el auténtico portavoz de la contracultura. “Fue para el movimiento hippy lo mismo que ‘Los Ejércitos de la noche’ (1967) de Norman Mailer lo sería para el movimiento protesta por la guerra de Vietnam”, señalaría C.D.B. Bryan, crítico literario del New York Times.
El estilo de la obra es ágil y en ocasiones desmadejado con párrafos entrecortados llenos de puntos suspensivos, concuerda con el carácter en muchas ocasiones paranoico de los personajes que desfilan ante nuestros ojos. El trazado de su perfil es tan logrado, que consigue que nos sintamos como un personaje más del autobús testigo de todo lo que está sucediendo.
La recreación de la realidad subjetiva de los protagonistas es ocasionalmente interrumpida por la inclusión de un narrador en primera persona impersonal y objetivo en una curiosa mezcla. Esta infrecuente primera persona cambiante crea los fundamentos dinámicos entre el subjetivismo y el periodismo en esta novela, otro de los factores más interesantes que ofrece. La constante reincidiencia en la descripción de viajes lisérgicos acaba convirtiéndose en algo cansino dada la longitud de la obra, casi 450 páginas.
El autor acaba transformándose en un auténtico mediador entre la cultura del ácido y el mundo exterior de la misma forma que actúa como intermediario entre el periodismo y la literatura.
3 comentarios
Jordan Trunner -
Sonia -
Un saludo!
quiqueag -