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El Rincón

¿La revolución de Internet?

En un lapso de tiempo de unos diez años, hemos asistido a multitud de cambios en los medios de comunicación. Como ejemplo, algunos estudiosos de la materia aventuran que a la prensa escrita en soporte de papel le quedan los años contados. También, hemos oído comentarios de que la televisión analógica dejará de existir, probablemente, antes de 2010.

 

 El principal desencadenante de esta revolución tiene un culpable, y se llama Internet. Pero, esa revolución de Internet que se ha producido en los medios ¿puede extrapolarse a otros sectores de la sociedad?, ¿los ciudadanos de a pie son conscientes de la repercusión que tiene la Red de redes?, ¿le da el pueblo llano, realmente, la importancia adecuada, o no se interesa en absoluto? Para muchos las respuestas a estas preguntas podrían parecer obvias, pero veremos que no es así para todo el mundo.

 

En este reportaje, he intentado profundizar algunos aspectos sobre este tema controvertido en mi opinión. Para ello, decidí hacer un recorrido matutino por una parte del centro neurálgico de Zaragoza –me desplacé por Doctor Cerrada y su zona comercial hasta llegar a la Plaza Aragón-, para abordar en mi camino a cuatro personajes al azar, que representasen al tipo de personas que uno puede encontrar en la calle en ese momento del día.

 

Ya sé que el espectro para medir el prototipo de “ciudadanos de a pie” en la calle es muy amplio, pero tampoco se trataba de hacer un sesudo trabajo sociológico; así que, me dejé guiar por mi intuición y di con un ama de casa que salía de compras, un monitor de autoescuela que se dirigía al almuerzo, un jubilado que paseaba recreándose en las numerosas obras públicas y una joven desempleada que se dirigía al INEM.

 

A cada una de estas personas, les planteé una tríada de preguntas para poder comprobar in situ hasta qué punto Internet había  penetrado en sus vidas, suponiendo que se hubiera introducido de alguna forma.

 Las preguntas que hice para deducir la importancia del nuevo medio para la población en general, fueron  las siguientes:

¿Utiliza Internet para algo en su vida cotidiana? ¿Cree que ese nuevo medio de comunicación ha cambiado nuestro de estilo de vida? Y, finalmente, ¿Lo considera una herramienta útil para la sociedad?

 

He aquí lo que sucedió:

 

El ama de casa, reticente a hablar conmigo en un principio, me contó que "de Internet, nada de nada"; que ella y la tecnología estaban reñidas; que alguna vez le habían enseñado alguna “tontadica” pero no le daba importancia. Sin embargo, si que había notado algún cambio en estilo de vida; un cambio que tenía relación con sus hijos, los cuales “se pegan horas y horas frente a la pantalla, y para sus estudios ya no usan lápiz ni papel” según me comentó. Al preguntarle sobre la utilidad de Internet me contestó, que no acababa de convencerle "aporrear un teclado y así, hablar con otras gentes"; no acababa de entender esa utilidad y apostaba por las conversaciones cara a cara de manera física.

 

En cuanto a la joven en paro que se dirigía al INEM, el contenido de la conversación fue más alentador. Me contó que tenía 26 años; que había estudiado filología inglesa; que hacía uso de Internet diariamente. Lo utilizaba para multitud de asuntos y cantidad de fines. Su principal hobby cibernético era hablar por los chats; los veía como una forma muy provechosa para conocer gente con aficiones comunes o de culturas diferentes. En su caso, muchas veces lo utilizaba para concertar citas, entrevistas de trabajo. Todo, mayormente, para fines laborales. Acaba su jovial discurso diciéndome que, realmente, podríamos hablar de un auténtico boom tecnológico y que, además, las comunicaciones con Internet habían provocado de rebote un avance mucho más rápido en todos los aspectos, y eso si que afectaba a toda la población. Lo consideraba útil porque, tomando como referencia lo antes mencionado, le parecía que había más pros que contras.

 

La persona jubilada era un señor de avanzada edad, al cual tuve bastante dificultad para hacerle comprender de qué estaba hablándole. Ocurrió algo así como con el ama de casa. No entendía ni siquiera que utilidad tenía un ordenador y se refería a él con el apelativo de “el trasto”. La verdad es que desistí de hacerle más preguntas, ya que quedaba claro que para él no existía tal revolución.

 

Por último, trabé conversación con un profesor de autoescuela mientras almorzábamos en una cafetería. Este personaje me dio más pie que el anterior ya que era bastante aficionado a la informática y el tema de Internet le apasionaba. Me dijo que hacía un uso diario, generalmente dos o tres horas por jornada. Me contó que en su empresa se había informatizado todo; a sus alumnos les mandaban páginas de Internet donde podían hacer tests teóricos; me mencionó los GPS y las  ventajas que conllevaba al llegar a una ciudad desconocida y poder orientarse más fácilmente que con métodos tradicionales. Y que sí, que era útil por eso y para todo: desde poder relacionarse con más personas, saber de todo en cualquier momento y en cantidades enormes “como por ejemplo el Diablo de Tasmania” (sic). Al profesor de autoescuela parecía complacerle gratamente la sobrecarga informativa de Internet.

 

La conclusión final del reportaje que hice  es que la  afección de Internet en nuestras vidas, a día de hoy, todavía es una cuestión de posición económica, generacional y de nivel de instrucción. La realidad es que una gran parte de la población que no dispone de esas características o, simplemente, no dispone de tiempo,  Internet no ha sido ninguna revolución ni nada extraordinario para ellos. Se puede decir que todavía queda mucha gente offline.

El laberinto del Fauno

El laberinto del Fauno

Como ya hizo con El espinazo del Diablo, Guillermo del Toro (Guadalajara, México, 1964) vuelve a situar una obra suya en la posguerra española.

En esta ocasión, nuestro trágico periodo le servirá como base para retratar una realidad cruel desde un punto de vista inocente: los ojos quiméricos de la niña protagonista.

 

El director mexicano nos sumerge de lleno en un cuento de hadas para adultos, lugar donde da rienda suelta a su desbordante imaginación, desembocando en una mezcla del género fantástico con una historia trágica y realista. En este peculiar enfoque reside principalmente su originalidad.

 

La historia gira en torno a Ofelia (Ivana Baquero), una niña de 13 años, que se traslada con su madre (Ariadna Gil), convaleciente a causa de su  avanzado embarazo, a una residencia rural situada en el norte de la Península. Allí, su nuevo padrastro, el capitán Vidal (Sergi López), encabeza un pelotón que combate a los maquis de la zona.

 

 El Capitán es un personaje obsesivo y desequilibrado; desde el primer momento hace patente su resquemor hacia Ofelia y su desmesurado interés por su futuro descendiente.  Ofelia, descontextualizada, comienza a desarrollar un mundo imaginario que se va convirtiendo, poco a poco, en un preciso reflejo de las zonas más oscuras de su entorno inmediato. En ese universo interviene un  fauno, que le propone tres pruebas que debe cumplir para volver a ser la princesa de un mundo subterráneo La fantasía de la niña acaba siendo una válvula de escape de la tenebrosa realidad.

 

Guillermo del Toro ha dirigido una obra inteligente, profunda y mágica que acaba conmoviendo al espectador tocándole su fibra más sensible.

Estamos ante una  película con una imaginería visual excelente: pensemos en el fauno, o en ese curioso personaje que devora niños y hadas y que tiene los globos oculares en las manos en lugar del rostro. La escena en la que se merienda a un par de hadas recuerda al cuadro Saturno devorando a sus hijos de Goya.

La historia fantástica nos retrotrae a películas ya clásicas del género como Dentro del Laberinto (Jim Henson, 1986) o a una nueva revisión del cuento de Alicia en el País de las Maravillas.

 

Si de algo se le puede tachar a El laberinto del Fauno, aparte de muchas escenas algo gores  –Del Toro parece recrearse en lo viscoso (recordemos Mimic, 1997) un pelín más de lo que hubiera sido lo políticamente correcto…-, es el de presentar unos personajes demasiado maniqueístas: los nacionales son malísimos, mientras los republicanos son, sin ninguna excepción, completamente heroicos. La disculpa está en que en un cuento tiene que haber buenos y malos, y resulta más fácil ponerse del bando republicano, con ideales democráticos en busca de libertad, que identificarse con los franquistas que defendieron una dictadura que ahogó todo tipo de libertades.

 

Otro aspecto chocante es el del acento rural y espaciado de Maribel Verdú; no logro relacionarlo con ninguna región de la geografía española, parece una mezcla entre asturiano y aragonés que no termina de convencer en absoluto. Aunque nunca se concrete el emplazamiento, sabemos que está ambientada en el norte de España. Lo más probable es que sea la parte septentrional aragonesa, ya que hacen una referencia a Jaca, y es uno de los sitios donde los maquis tuvieron más importancia.

 

Anécdotas aparte, El laberinto del fauno es una de las obras más redondas de Guillermo del Toro, y una firme candidata a estar nominada en la categoría de Película de Habla no Inglesa de los Oscars.

La realidad

La realidad, como un paisaje, tiene infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es ésa que pretende ser la única. Ortega y Gasset